La educación es clave para desempeñarnos con éxito y mucho más cuando se trata de dirigir el rumbo de un país.
En las últimas contiendas electorales, los salvadoreños han optado por escoger presidentes que no cuentan con la preparación académica y experiencia profesional adecuada para gobernar, ostentando únicamente títulos de bachiller.
La mayoría de los padres de familia desean una formación académica superior para los hijos y buscan que logren un título universitario que los prepare para llevar una carrera profesional y para aspirar a una vida personal exitosa.
Sin embargo, cuando se trata de elegir a un gobernante, es decir al presidente de la República, la mayoría de las personas olvidan que más allá de un elocuente discurso y el ofrecimiento propagandístico, lo que realmente importa es la capacidad para manejar el complejo órgano Ejecutivo y poder cumplir sus promesas.
El resultado de esta decisión, es que en las últimas tres contiendas electorales los salvadoreños escogieron a un locutor de radio, un entrevistador de televisión y hoy, se elige también a un bachiller que tampoco está cumpliendo lo prometido.
Se trata de oficios dignos y que requieren especial talento, pero para estar al frente de una nación, no basta hablar bonito. Por ejemplo, nadie podría en manos de una persona sin las competencias requeridas para pilotear un avión, aunque maneje un discurso convincente que nada le pasará.
Otro ejemplo, hipotético es, depositar los ahorros de su vida en un banco liderado por un presidente que solo termino la educación media y sin conocimiento de finanzas. Seguramente, descarta esta opción y se inclina por una financiera con la experiencia y que goza de la confianza de sus clientes.
¿Por qué entonces depositamos el país en manos de bachilleres? La Ley exige instrucción notoria para muchos cargos públicos, como para el caso del Superintendente de Competencia, quien debe ser abogado, con conocimiento notorio y experiencia en la materia.
De la misma manera, es indispensable perfiles idóneos para cargos de gran jerarquía y de mayor responsabilidad, como Presidente dela República, Presidente o Directivo de la Asamblea Legislativa y demás funcionarios.
Cuando se cuenta con la formación académica que demanda el puesto, ni siquiera debemos comprobar que los candidatos sepan sumar, leer, ni escribir. Lastimosamente, la realidad es otra, algunos hasta presentan títulos falsos y otros ni siquiera los tienen.
Al dejarnos llevar por el pasionismo político, no exigimos ni siquiera que estos entiendan la diferencia entre un impuesto y una contribución, la diferencia entre licitar y otorgar de dedo un contrato de gobierno, la diferencia entre inversión y gasto, la diferencia entre hablar de transparencia y ser transparente en realidad.
Al elegir gente sin capacidad, se cae en la mediocridad y todos pagan las consecuencias de dejar en manos de bachilleres el rumbo del país. Recuerdo que en visitas oficiales a Taiwán, cuando se presentaban los funcionarios del gobierno y los diputados de su congreso, me sorprendía que en la tarjeta de presentación todos colocaban el título y el nombre de la universidad adonde habían estudiado.